¡Ay! Cada vez que hablamos de feminismo en nuestro Instagram perdemos unos cuantos seguidores. Puede que sea porque aún hay quien piensa eso de “ni machismo ni feminismo, igualdad”, sin darse cuenta de su error de planteamiento. Puede también que ese “ya no te sigo” sea porque el feminismo anda algo revuelto y dividido últimamente, y nos hemos posicionado, sin saberlo ni quererlo, en el lado “equivocado”. Seguramente un día molestamos en un sitio, y al siguiente en el contrario.
No somos teóricos del feminismo. No estamos profundamente formados en la teoría política. Pero tenemos sentido común, vivimos en el mundo, leemos la prensa y hemos sufrido en nuestras carnes las dentelladas del machismo. Lamentablemente nuestra hija adolescente, también.
Cuando comenzamos a escribir, lo hicimos precisamente para contar las historias tal y como queríamos contárselas a ella. No nos convencía nada aquello de los príncipes poderosos y valientes, las princesas sumisas y pacientes, la belleza como principal argumento o los besos no consentidos como muestra de amor verdadero. Nos parecía fundamental, casi imprescindible, contar las historias de otro modo. Derribando estereotipos de género. Mostrando escenas de igualdad y respeto. Rompiendo con los roles tradicionales. Porque todo esto es feminista. Y, ya veis, el feminismo no va de acabar con los hombres, de que las mujeres dominen el mundo… va de los derechos humanos de la mitad de la población, de cambiar las cosas para hacerlas más justas.
Fuimos pioneros en esto de darle la vuelta al clásico. Muchas historias similares de otras editoriales han venido después. Pero, a nuestro humilde entender, algunas se han “pasado de rosca” y han perpetuado aquello que querían derribar. Porque el reto no está únicamente en “empoderar” a las niñas, sino en cambiar el modelo de masculinidad. Es maravilloso mostrar niñas fuertes, valientes, que trepan árboles y juegan al fútbol. Pero es también muy valioso ofrecer referentes de niños que juegan con su carrito de bebé, príncipes que no rescatan sino que escuchan, hombres que saben cuidar de sí mismos, padres corresponsables… porque esto sí que es revolucionario.
Con Érase dos veces cambiamos el cuento para cambiar la Historia. Sobre todo porque otra versión distinta de una misma historia permite que cada niño y cada niña pueda escribir la suya propia.
Con Ande yo valiente seguimos mostrando modelos igualitarios, familias diversas, y niños y niñas libres para ser lo que quieran ser, jugar como quieran y expresar sus emociones como necesiten.
Porque la infancia merece crecer sin nuestros prejuicios ni estereotipos.